Me encanta la tarta de queso. Recuerdo que de pequeña hacíamos una en casa, que preparábamos con queso de untar y gelatina de naranja, sobre una base de sobaos pasiegos. Entonces una tarta de queso era una cosa muy original que no encontrabas fácilmente en las cartas de postres de los restaurantes. De un tiempo a esta parte mi sensación es que el cheescake, en múltiples versiones, se ha popularizado de tal forma que está siempre presente en las cartas de postres más escuetas, en restaurantes de fast food, en recetas por internet y también en la alta cocina.
De las variadísimas versiones que se pueden encontrar, que si más cremosas, que si más bizcocho, que si más suaves o mejor con quesos intensos, yo tengo mis preferidas. A partir de ahí, he ido investigando diferentes fórmulas y he dado con esta que comparto aquí. Me parece que ofrece un equilibrio perfecto de textura y sabor. Admite ligeras modificaciones si preferimos un sabor más dominante a queso, por ejemplo utilizando requesón de queso de cabra, pero no iría más allá para dejar espacio a la papaya con avena, que también tienen algo que decir en todo esto. Y además de riquísima, es sencilla de preparar.
Ingredientes:
Para la base:
1 taza de avena en copos
35 gr de mantequilla
135 gr de papaya (madura)
2 yemas de huevo
Para el relleno:
100 gr de azúcar moreno
2 claras montadas
250 gr de requesón
250 gr de mascarpone
zumo de medio limón (o mejor lima)
2 cucharadas de sémola de maíz
1 cucharada de aceite de girasol
Preparación:
Lo primero es preparar la base. Primero bato la papaya con las dos yemas de huevo y lo mezclo con la mantequilla troceada en dados, sin derretir pero sí a temperatura ambiente para facilitar la mezcla. Añado la taza de avena, lo mezclo todo y lo extiendo a mano para conseguir una capa uniforme. Una vez hecho, lo meto en el congelador mientras preparo la segunda capa de la tarta; con unos 20 minutos más o menos es suficiente.
Lo siguiente es montar las claras de huevo con el azúcar a punto de nieve. Por otro lado, con la batidora mezclo el requesón, el mascarpone, la sémola fina de maíz, el aceite y el zumo de limón. Una vez que esté homogénea la mezcla, incorporo las claras montadas con la suavidad con la que lo hago con el tiramisú, con cuchara y delicadeza para que no se desmonten.
Cuando está listo, recupero la base del congelador y extiendo, también con suavidad, la mezcla por encima, hasta conseguir un grosor de capa algo mayor que el de la base de avena. Se trata de encontrar la bandeja o molde del tamaño adecuado para conseguir esta proporción, el típico de horno para tamaño quiche, de 24 cm de diámetro encaja bien para estas cantidades.
Llega el momento del horno, precalentado a 200ºC 10 minutos, lo bajamos a 180ºC y metemos la tarta 30 minutos, con calor arriba y abajo. Pasado ese tiempo, lo dejo 5 minutos más sólo con ventilador arriba para que se termine de dorar por encima. Como siempre, las temperaturas y los hornos no siempre dan el mismo resultado, así que es cuestión de estar pendiente y recurrir a la prueba final de clavar un cuchillo para confirmar la solidez de la tarta y asegurar que no se queda poco hecha. Si sale limpio es que ya está.
La probamos así en caliente, y estaba espectacular, pero me quedo con la versión fría porque los sabores mantienen su intensidad y la textura me recuerda ligeramente a la quesada pasiega, bien jugosa y algo más ligera.
No le hace falta ningún acompañamiento. Pero si estamos caprichosos, combina muy bien con helado, por ejemplo de vainilla y nueces de macadamia o el de yogurt (probad el de La Fageda), y espectacular si lo acompañamos con mermelada de tomate (casera si puede ser). Muy recomendable.
¡Que aproveche!
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